Con un microscopio se pueden ver las calacas tilicas y flacas que viajan divertidas en la sangre mexicana que recorre todo nuestro cuerpo; el ADN mexicano tiene como principal componente flores de cempasúchil; los espermas y óvulos mexicanos están revestidos de calaveritas azucaradas con ojos confitados de chocolate y gomitas; los mexicanos estamos hechos de cera, pan de muerto, calabaza en tacha y perfumados de copal.
En pocas palabras, independientemente del día de la madre y el día de la Virgen de Guadalupe, el día de Muertos es el tercer festejo más importante que existe para nosotros, y con muchísima lógica, porque nos dedicamos a amar enfermamente a nuestra madre terrenal, haciendo ronchita para quedar bien con la celestial y enseñando a las futuras generaciones la manera correcta y deliciosa de morir y regresar del más allá para seguir de fiesta, porque al final todo se resume en fiesta.
Quién no quisiera morir sabiendo que año tras año todos los familiares vivos y muertos se podrán reunir en miles de casas simultaneamente para comer, beber y disfrutar de aquello que en vida era lo más preciado.
Quién no quisiera morir sabiendo que año tras año llenaran nuestro andar de flores naranjas y fuscia, iluminados íntimos, perfumes de copal esparciéndose por el ambiente nocturno y susurros llorosos nos cantaran plegarias que santiguaran aún más nuestra presencia fantasmal.
Quién no quisiera morir sabiendo que año tras año el espíruto poético de nuestros compatriotas se inundara de rimas chuscas y melodicas que resaltaran nuestro ser sin escrúpulos.
Quién no quisiera morir sabiendo que año tras año siempre alguien te amara una vez más.
¡FELIZ DÍA DE MUERTOS, MÉXICO!
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