Está por terminar el domingo. ¿Qué decir de un día así?, de por sí el domingo implica un algo suspendido en una orbe ajena a la realidad cotidiana. Es una palabra que de sólo escucharla te eleva a ese plano perdido para provocar angustía, enfado, desesperación y, muy especialmente, flojera y desgano.
El domingo tan lleno de posibles placeres y, muy común, de planes futuros que exaspera sobre todo por su rápido paso, no así el viernes o el sábado; se despierta en domingo y se dice "tengo que" y al momento ya está por acabarse, es un suspiro, una idea, un instante de lo que podría ser el resto de la semana. Es un presagio disfrazado de aliento.
Tan bonito que sería tener un domingo-sábado o un domingo-viernes, un domingo que no adentre al infortunio y a la magia de la cotidianidad, un domingo que sea nada más un día cualquiera, sin hados ni esporas divinas preparando un lunes densamente místico.
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